27.8.08

LOS OTROS ESCRITORES QUE RECOMIENDO

ÁNGELES PRIETO BARBA.
Me llamo María Angeles Prieto Barba, natural y residente en Cádiz, licenciada en Historia por la universidad de Cádiz y tengo cuentos publicados en la prestigiosa revista Clarín de Oviedo y en varios blogs. Con este cuento conseguí el segundo premio este año en el certamen de relatos cortos "Ciudad de Huesca".



MIÑONES DE HUESCA

¿Qué te cuente cosas de la guerra, chiquilla?, pero si con ese cuerpo que te hemos dado, niña, lo que deberías es irte a pasear el palmito o poner la enramá en la ventana, ¿qué haces aquí metida en casa, escuchando a una vieja?, no, no me digas que te lo pasas mejor conmigo, ni me lo jures. Porque de una pieza te vas a quedar cuando te diga que, con los años, la memoria revoluciona lo que fue nuestra vida, nos cambia hasta el lugar o el sentido del tiempo, que si me pides que te hable de la guerra te digo que a mí se me han olvidao, pero del todo, la bombas, el miedo, la sed, que sólo puedo recordar una mañana tan bonita como ésta, con su sol dorado, poquitas nubes y un olor de la mar que inundaba toda la Alameda por la que desfilaba Delfín, tu abuelo. Que allá iba él, con los ojos grises y orgullosos, ese pelo revuelto que cortaba el aliento, las piernas largas y una planta que me quitaron, pero del todo, el sentío desde que lo ví.
¿Sabes?, yo con tanto libro iba para monja, o eso creía... ¿está por ahí tu madre, esa beatona?. ¿Se fue ya pa San Lorenzo?, pues mejor... Porque después que el minón de tu abuelo se fijara en esta tonta y me dejara de una pieza, a mí se me quitaron las ganas de tanta lectura de sermón, y tanto rosario, que ni concentrarme podía, sólo tenía la cabeza para soñar con la noche en que pudiera refregarme, como una gata, contra ese cuerpo divino.
Y yo allí en el balcón mirando porque me llamó mi madre, en esa Alameda bonita por la que pasó el general Solano, que dios guarde, después el Teniente de Campo José de San Martín, el independentista, al que mal rayo parta, y luego tu abuelo Delfín, el más guapo de tós y ya sargento, al frente de los treinta voluntarios aragoneses, con esa tamborada suya tan imponente, que eran la avanzadilla, los más valientes del cuerpo, los que más tarde se partieron el alma por defender Cádiz y salvar la Patria contra el francés.
Tu abuelo era de Huesca, que por eso luego nos venimos aquí, y anda que no lloraron ná mis padres cuando nos fuimos... No te vayas, que te vas a morir allá arriba de frío y de pena, me decían. Pero quiá, que nosotros sólo somos más oscenses, más andaluces y más nosotros mismos, cuando estamos fuera, cuando estamos lejos. Que luego siempre fui feliz en esta Huesca bendita. Y aquel abuelo tuyo y yo, que sólo vernos en aquel balcón florío y ya estábamos juntos, allí en Cai o aquí en Huesca, que no podíamos dejar nunca de pensar el uno en el otro, pero sin hablarnos, pues en aquella época no se podía... Bueno sí, que luego en la casa de tu abuela me acordé de Manolita, una fresca de la calle la Palma, que salía con otro de las alpargatas miñoneras, otro aragonés con esas cintas negras hasta el tobillo y pallá me fui a que me contara... ¿Sabes, niña?, cuando estás enamorá haces lo que sea, bajas hasta los mismísimos infiernos con tal de enterarte de todo lo que puedas sobre el hombre que te interesa. Nada te detiene, ni siquiera te arredra el dolor de que ande enredao con otra. ¡Anda que no era viva la tal Manolita!. Tó el ejército desfiló ante ella. Que Mesalina, la del emperador Claudio, a su lao, ¡una malva!, y yo, una niña bien, que hasta clases de piano tenía, pallá me fui, sin que se enterara mi madre, a preguntarle, a saber cómo podría arreglar lo mío con Delfín... Y no, a tu abuelo no se le conocía novia formal, sólo rollos con alguna lianta de baja cuna. Total, que pan comío para mí, mocita como era, porque los sargentos con pelanduscas no se casan, al menos en aquella época. Y los aragoneses, toavía menos.
Más cosas le saqué a la tal Manolita, sobre tó el recorrío militar que tenía que hacer tu abuelo todos los días pa escoltar a San Martín. Y allá me fui, del brazo de Manolita, a darme con él el encontronazo de mi vida, más bonita, arreglá y alegre que las castañuelas del tablao. Delfín era un mozo bien plantao pero muy triste, con unas ojeras grandes que le llegaban a las mejillas y unos silencios y unos suspiros... de Huesca era, ya te digo. Que enterrador parecía. Y ya te puedes imaginar el contraste. Menos mal que entonces yo, como niña bien, era más calladita y formal que ahora, así que sólo me quedé mirándolo y él a mí, muy, muy fijo. Pero tu abuelo no se arredró, no se quedó callao, ni se anduvo con chiquitas: Niña, me dijo, que si viene mañana por este paseo, me gustaría tener unas palabritas con usted y conocerla mejor. Así de claro me habló y por derecho, ¡anda que no era nadie el aragonés!. O el hosco, como lo llamó siempre mi madre, y su suegra.
El novio que entonces tenía Manolita, Jorge el “arrojao”, compañero de Delfín, era un majara de cuidado, un punto y aparte, siempre estaba con bravuconadas: que si yo voy a hacer esto o lo otro, que si tengo que ascender, iba muy sobrao. Pero llegó el momento fatídico, el 30 de mayo de 1808, día de San Fernando, que no se me olvidará en la vida, y llegaron las noticias de que se llevaron al Infantito, mataron los mamelucos a un montón de madrileños y se habían constituido Juntas Patrióticas pa echar de España a los gabachos. Y ese general Solano, tan cobarde, que no decía ná, ni mú ni má, porque estaba la flota francesa ante nuestras costas, no nos fueran a bombardeá. Y toda aquella gente que se enfadó y arremolinó frente a su casa para echarlo, amigo del francés, traidor, vendepatrias, de tó le llamaron, hasta novio de Napoleón, le dijeron, y que saliera, que diera la cara en el balcón ante el pueblo, como capitán general en jefe que era y declarara, de una vez, la guerra. El caso es que no lo hizo, no firmó ná, y la gente se calentó mucho más y asaltó el cuartel de artillería y entraron en la casa, pa matarlo como fuera. Qué miedo pasé yo, niña, sabiendo que tu abuelo estaba allí dentro y no salía, que el único que escapó de aquella ratonera, bien pronto, fresquito y muy ileso, fue el que sería luego don José de San Martín, gran libertador del Río de la Plata, que dios confunda.
Y yo tó el rato con el corazón en un puño, muy apretaíto, viendo de lejos aquella turba loca e insensata, pidiendo sangre. ¡Anda que si se hubiera enterao mi madre!. Pero allí dentro estaba mi Delfín y allí me quedé, rezando, que hubiera partido los Cielos, golpeado a Dios, los ángeles y hasta al diablo, de no volver a verle. Jorge también salió. Pero Delfín, tan pronto, no. “En el secreto de la casa de al lado está escondío”, dijeron, y todo era porque Juan, el hijo del carpintero del callejón los Piratas y un chivato de mierda, avisó a los agitaores de que allí, porque ese secreto lo había construío su padre, se ocultaba Solano. Y no se equivocaron, que mi Delfín, arriesgando la vía por salvar a su jefe, como un valiente, como debe ser, le había ayudao a saltar por las azoteas de una casa a otra. Y lo cogieron en la otra mansión, que lo tenía escondío una irlandesa, María Tucker, que en su mismo dormitorio tenía el secreto, el escondite de Solano, que qué valor el de aquella mujer.
Al general como te digo, lo trincaron y lo llevaron a la muerte, mientras yo miraba descompuesta por todas las puertas, por todas las esquinas de aquella plaza. Y al final vi salir a Delfín por la puerta lateral de la irlandesa, con la cara y el ánimo descompuesto por su fracaso, que había salvao la vida de milagro. A sus brazos corrí y me apartó, “quita, mujer, que luego hablamos”, mientras arrastraban a Solano a golpes y empellones, que ya la horca preparaban, pa lincharlo, desfallecío y ensangrentado como iba. Hasta que un amigo suyo, otro militar, Carlos Pignatelli, salío de dios sabe dónde, se acercó a Solano y atravesó limpiamente, con la espada, su corazón. Así muere dignamente un militar, dijo, enfrentándose aquella turbamulta que se había vuelto loca y frenética, aquel día en que pasé tanto miedo, más que en toa la guerra. Nuestro dos de mayo...
Y ese día de sangre no fue más que el primero. Que aunque los recuerdos se arremolinan en la cabeza, pelean unos con otros y es difícil no confundirse, te los contaré, no olvides que estaba muy enamorá y eso lo cambia todo: que los ojos grises de tu abuelo me ayudan a ordenarlos, me sirven de guía. Por ejemplo, no te puedes imaginar cómo se puso Cádiz cuando llegaron las noticias de lo que había pasao en Zaragoza. La gente lloraba, maldecía, clamaba a los cielos. Hasta los curas gritaban en los púlpitos sin problemas que matar a un franchute no era pecado, imagina. Que los de Francia nos los quitaron entonces tó: la casa, la hacienda, las mujeres, la familia, la vía. Y la honra, añadía mi Delfín, que no sabía cómo consolar a su amigo Jorge, desesperaíto que estaba porque en el sitio de la capital, en Zaragoza, le habían matao a su hermano y dos sobrinos.
A tu abuelo y a su amigo entonces, por su valor y experiencia y para mi desgracia, los destinaron luego al castillo de Puntales, el sitio más peligroso de toda la ciudad a fin de que mantuvieran a raya todos esos barcos que vinieron a tirarnos unas bombas hermosas como melones, tan grandes que eran. Que cuando explotaban lejos, muchas mozas nos lanzábamos a coger trocitos de la metralla, bien calentitos, y nos hacíamos bigudíes pa tener más rizos en la melena, entonces muy vistosas, que nos recogíamos con unas madroñeras largas, adornás con flores. Ya ha pasado la moda, como todo, pero estábamos bien guapas en aquel Cádiz tan animao con la guerra, al que los patriotas venían a refugiarse, donde se hablaban muchas lenguas del mundo, donde el amor y la muerte, por toda la ciudad y en aquel tiempo, iban uníos y de la mano. Como ocurre en los lances más importantes de la vida, igual.
Y entonces Jorge, que yo creo se volvió loco a consecuencia de lo afectao que estaba por lo de Zaragoza, a diario hacía la ronda dando el espectáculo. ¿Qué te crees que hacía, ese aragonés?. Sí, de la ciudad de Huesca, también. Que nos empezaban a bombardear toa la flota francesa allí concentrá, ante Puntales, y él dejaba el destacamento como si ná, y le dio por irse a correr solito, de un lao para otro por encima de la muralla del castillo, pa gritarles cobardes, darles un corte de mangas, demostrar que no nos daban miedo las muertes que traían aquellas bombas. ¡Y cómo animaba a las tropas aquel valor, por mi madre!. Medio Cai iba a verlo todas las mañanas, jaleando su furia, su coraje, su constante tenacidad. Menos mal que yo no me encontraba allí la mañana que ocurrió, sino en casa con mi madre, porque de haber estao no hubiera podido apartar aquel espanto de la mente. Que un día una bomba le dio de pleno, mientras corría, y le arrancó toda la cabeza, mientras que el cuerpo, por unos instantes, siguió corriendo a lo largo de aquella muralla, como si fuera un pollo, pa dolor y espanto de los allí congregaos. Y mi Delfín no lloró, pese a lo triste, que le tocó recoger con un trapo aquella cabeza del amigo suyo, toa destrozá, abrazarla y, de pocas palabras como era, proclamá que ahí llevaba a un valiente de Huesca, que lo sepa el mundo. Y lo supo Cádiz, que hasta en la prensa salió y en los púlpitos, pues nos fuimos a rezar, todas las mujeres, tres novenas a San Lorenzo, por su bendita alma valiente e insensata que dios guarde. Y se hartó de llorar por Jorge la Manolita, que hasta a monja llegó a meterse, porque no nos decía ná, pero le había cogío cariño y lo quiso mucho.
No, no tó fue tan triste, moza, que si no, no hubiéramos podío aguantarlo. Que tó el mundo salía a la calle cuando no había bombas y hablábamos de cambiar esto y aquello, de quitar de una vez a los malos gobernantes, los que siempre mandaron, tan ladrones como ese Godoy que nos había deparao tanta desgracia y ya era hora, pues tan torpes no éramos, de que empezáramos a mandarnos nosotros mismos. Bueno, quiero decir los hombres, que las mujeres no contamos pa ná en asuntos de Estao y de política, como bien sabes. Ahora que... sin nosotras, esa guerra no se hubiera ganao, bien lo saben ellos. No, no sólo por Agustina de Aragón, que era de Barcelona, es que en toa la piel de toro hubo hembras ansí, como ella. Por ejemplo, estaba Angustias, la de Chiclana, a la que no se le ocurrió otra cosa que mearse en medio de la plaza de su pueblo encima de la bandera de Francia. La mataron, claro. O la otra, Paca la Cantaora, que cuando estábamos en medio de una opereta, en el teatro de Cádiz, tronaron las bombas y dimos en el palco un bote, asustaítos como estábamos, y ella cantando, tan fresca, aquella jota que luego se haría tan famosa: “Con las bombas que tiran los fanfarrones, se hacen las gaditanas tirabuzones”. ¿Qué, qué no era una jota dices?, Claro que sí, niña, que yo he estudiao música, era una jota sólo que más rápida, al estilo de allí, lo que luego se dio en llamar alegrías de Cai.
¿Y aquel día, tras mucho discutir, cuándo se proclamó la Pepa?, anda que no lloraba ná tu abuelo, que se emocionó muchísimo cuando vino Isidoro Antillón, aquel señor tan listo de Teruel, que conocía a Delfín y había estao en la Junta de Defensa de Zaragoza y le contó el destino que habían tenido los amigos. Que algunos se salvaron, claro que sí, y allá se fueron al Monte Perdío, con el frío y todo, a continuar la guerrilla. Pa que te quede claro quien ganó aquella guerra, que fue el pueblo, niña, el pueblo. No los poderosos, los grandes, los nombres propios que tós conocemos: La ganamos nosotros. Llovió mucho ese día de la Pepa, se abrieron los Cielos y hasta tronó, que allí en Cádiz es muy raro, ese 19 de marzo de 1812, cuando llevamos a pasear, en procesión como si fuera una Virgen, aquella bendita Constitución española de los liberales que además recogía arreglar lo de las libertades históricas de Aragón, entonces perdías, que bien orgulloso estaba su abuelo, aunque yo no entendía ná de libertades, ni de todo eso.
La historia de nuestros amores, sin embargo, no fue tan sencilla, porque no contaba sólo el cariño que nos teníamos tu abuelo y yo, había entonces que tener la aprobación de nuestros padres, y bueno, de los de Delfín podíamos olvidarnos, que a ver quien era el guapo que subía hasta Huesca y regresaba a Cai después, con tanta tropa francesa por los caminos, pero los míos... Tu abuela se le opuso con toda su alma, hecha una fiera, porque decía, y con razón, que Delfín me llevaría muy lejos de ella y que eso no lo iba a poder soportar, ni yo tampoco. Ahí se equivocó, que aquí soy feliz, que ya soy de Huesca. Que, aunque somos pocos, adónde vamos la liamos, nos crecemos y distinguimos como gente formal, a la que le gusta hacer siempre bien las cosas.
Que tenía ojeriza mi madre a Delfín, eso te lo aseguro. Ella no consentía verlo como lo veía yo, tan valiente, callao y cabal, como un hombre verdadero. No, ella sólo miraba sus ojos tristes y montaba cuchufletas, a ese novio tuyo tan apenao no me lo traigas al patio, me decía, que se me apaga hasta el sol de la mañana, que, a su paso, se amustian tós los geranios. Que todo el rato estaba mi madre con que tienes que dejarlo. ¡Y la vida que te va a esperá como mujer de militar, cuántas fatiguitas!. Bueno, ahí tenía razón y ya me había hecho yo a esa idea: mal pagaos, no reconocíos, nunca seguros en ninguna parte, traslados de residencia cada poco, metíos en mil y una refriegas a gusto del besugo que les mandara, que militar español siempre fue una ruina, que había que ser muy insensato y muy entero pa ganarse la vida con eso. Qué mira la Frasquita Larrea, me ponía como ejemplo, esa señora tan lista de la calle Ancha, toma nota de que, con tó el cortejo que le metió el americano ese, el tal Bolívar tan guapo, siempre recitándole poemas bajo su balcón, le dio calabazas pa casarse con un viejo alemán mu feo y dedicado a los negocios. ¡Pues anda que no le va bien!, añadía.
Y.. ¿qué quieres que te diga, niña?, que todos esos latiguillos de mi madre no caían en saco roto y yo le daba vueltas a la cabeza, ¡pa qué te voy a engañá!. Que mi Delfín era muy listo y apañao, que estaba segura que podría salir adelante en tó aquello que se metiera, que era mu firme, mu cabezón y tozudo. ¡Anda que no me costó ná meterle en vereda!. Yo le decía, pero ya al final, Delfín, cariño, mira que cuando acabe la guerra soldaos va a haber a patás, que el país está destruío, que hay muchos muertos, que todo anda muy mal y habrá muchas cosas que hacer. Que si montamos una tienda nuestra, un ultramarinos si quieres, podemos vivir tranquilos pa siempre. Y él que no, que había que luchar, que hasta que no se muriese Napoleón aquí en Huesca, porque ya habíamos decidío que nos veníamos a Huesca, íbamos a estar en peligro siempre. Totá, que en él tuvieron que luchá su cariño por mí y su vocación de valiente, con mi madre en medio dando la lata todo el tiempo porque su hija, con un militar, no se casaba ni por encima de su cadáver.
Ya te digo, chiquilla, tu abuelo un cabezón, como tós los aragoneses. Y un romántico, también. ¡Qué cosas tan bonitas me decía cuando la guerra, niña!, ¡a ver si encuentras por aquí otro igual!. Tú, Angelina, susurraba tu abuelo, mírame, mírame siempre con esos ojos rasgaos y oscuros de andaluza que tienes, que eres mi cierva blanca, mi señal, mi augurio feliz, que me siento un Sertorio y si tú me miras no me pasará ná, que eres mi destino y mi suerte. ¡Ay!, ¡qué cosas!, ¡cómo pa no está enamoraíta perdía!.
Y luego, cuando vinimos aquí, a Huesca, a quitá carámbanos de hielo de las paredes, no te puedes ni imaginá cómo había dejao tó la guerra. Que fue por fin, ya instalaos aquí, cuando tu abuelo se dio cuenta de que había que arremangarse y levantá esto, esta preciosa ciudad que había perdío tanta, tanta gente. Porque se casó conmigo como aragonés y militar que era, digo que sí, que con él no pudo en Cádiz ni mis consejos de antes, ni su suegra. No, lo que le decidió cambiar la profesión fue llegar aquí, ver cómo había quedao todo esto, la penita que daba verla, con lo que había sío Huesca y su gente. Y sí, un ultramarinos montamos, “La Confianza”, como le sugerí yo, que se me concedió también ponerle nombre, como niña andaluza, afortuná y privilegiá que era. Muchos trabajos y fatigas pa levantar el negocio, claro que sí, pero yo siempre fui alegre y no me quejé y ya tu abuelo también sonreía al nacer tu madre y tus tíos, y la gente entraba a la tienda y acudía, pa comprar las avituallas y escuchar mis historias...
Pero.. ¡ya está bien!, a salir, niña, aunque sea con el Lucas Mallada ese que te tiene sorbío el seso, ¿qué?, ¿qué no le gusta a tu madre?, pues mejor: porque ese, ¡ese seguro que es el bueno!.

(Nuestro agradecimiento a la organización Bejopa y a Oscar Sipán por su publicación en este blog. )

JUAN LUIS TAPIA HABLA DE NOCHES EN BIB RAMBLA EN IDEAL

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MELCHOR SÁIZ-PARDO HABLA DE NOCHES EN BIB RAMBLA (IDEAL GRANADA)

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JESUS ARIAS PARA GRANADA HOY

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