La sala de la Fundación Andaluza de la Prensa donde presentábamos mi novela se llenó. La presentación corrió a cargo de Blanca Rosa Roca, la editora y de Javier Villoria, profesor de la Universidad de Granada y referente absoluto en la figura de Washington Irving. Maria del Mar Villafranca, directora del Patronato no pudo asistir. Y mi querida Cristina Viñes tampoco, a ambas las echamos de menos pero las recordamos con cariño. Tanto Blanca Rosa como Javier estuvieron a mi lado, apoyándome y arropándome como todos los amigos que se desplazaron en esa tarde lluviosa a saludarme. Y hubo de todo, profesores de universidad como José Manuel Gómez-Moreno Calera; escritores como José Luis Gastón Morata que aportó su gracejo granadino; arquitectos como Fernando Acale a quien admiro; arqueólogos como mi queridísima Inmaculada de la Torre que ahora coordina una maravillosa exposición en el Aljibe del Rey de la Fundación Aguagranada (Agua, azucarillos y aguardiente); novelistas como José Manuel García Marín que tuvo que desplazarse desde Málaga; José Luis Serrano; Mari Luz Escribano, tan amigable; mi ángel guardián Remedios Sánchez, ambas incansables en su actividad de sacar adelante la revista Entreríos y su nuevo proyecto la editorial “Zumaya”; los descendiente del admirable Seco de Lucena con cuya asistencia me sentí honrada; los escritores, periodistas y compañeros de Heraldo José Cruz, Concepción González-Badía, Cristina Monteoliva (qué guapa), Francisco Ortiz y José Abad; La Jefa de las Bibliotecas de Granada, Ángeles Jiménez Vela, mi primera amiga en la ciudad; amigos como Alicia y otros nuevos, como Cristina alta y rubia que esperaba impaciente la publicación de su primer libro y a quien deseo todo lo mejor. El presidente de la Fundación Andaluza de la Prensa, Antonio Mora, aportó su gratificante punto de vista y entre todos pudimos hacer de una tarde triste de paraguas, una velada agradable y dinámica que yo agradezco de forma muy sincera.