Que bajo el epígrafe "novela histórica" caben novelas muy diferentes nos lo demuestra Carolina Molina con esta obra. La autora no sigue aquí el modelowalterscottiano que, surgido a principios del XIX, se nutre del medievalismo y busca en la aventura -una aventura con sus correspondientes dosis de intriga, violencia y trama amorosa- su razón de ser. Este modelo hizo fortuna, mediado el siglo XX, en el cine, y realimentó a su vez a la novela histórica, dotándola de una iconografía reconocible y unas técnicas narrativas específicas. (Y revive con sorprendente vigor en series televisivas actuales).
Hay, no obstante, otros modos de narrar el pasado. Y Carolina Molina, para narrar el XIX y para narrar una ciudad también -Granada- recurre a modelos del realismo decimonónico. Un realismo que llevaría a su cumbre Galdós, autor al que la autora hace un homenaje explícito utilizándolo como personaje (págs 321-24). No es, sin embargo, una novela que se limite a utilizar recursos literarios ya prescritos para alcanzar las necesarias cotas de verosimilitud. No, Carolina Molina utiliza con sabiduría los elementos que le son necesarios para configurar su narrativa pero sin resultar una copia mimética. Por ejemplo, elude las descripciones morosas del realismo del diecinueve que quizá aburrirían al lector contemporáneo. En cambio, utiliza con gran habilidad el diálogo; un diálogo fresco, sin excesivos coloquialismos, que va pintando las situaciones y describiendo a los personajes con una vivacidad inusitada.
Sobre estos personajes cabe decir que sorprende de forma grata el elenco de personajes femeninos de la novela. Pues siendo su protagonista un hombre -Max Cid-, aparece rodeado de mujeres de diversa consideración, desde la odiosa Benajara, hasta las fascinantes Francesca y Valeria, la sensual Rosita o la más difusa aunque a veces enigmática Alma. Son mujeres muy creíbles en ese contexto histórico; mujeres únicas sin ser excepcionales, únicas por tener un perfil humano propio, pero en absoluto inverosímiles por sus acciones o su forma de pensar. Éste es uno de los grandes aciertos de la novela, esos personajes femeninos que destacan por su calidez -bueno, menos alguno, que malas también ha de haber- y por su capacidad para conectar con el lector. Los otros aciertos son la transparencia de su escritura y la amenidad resultante. Con ello, la autora nos lleva por los entresijos de esa Granada encantadora y desidiosa a la vez, hermosa y empeñada con singular tozudez -por obra y gracia de alguno de sus vecinos- en la destrucción de su patrimonio histórico
Una novela deliciosa, en fin, en la que nos encontraremos a personajes importantes de la historia granadina -literaria y artística sobre todo- y un marco histórico perfectamente documentado y reconocible. Todo desde la peripecia vital de un Max Cid al que iremos tomando cariño -aunque a veces le daríamos un tirón de orejas...Esperamos la continuación de la saga de los Cid que, con técnica muy del XIX, nos adelanta ya al final del libro. Continuará. (¿El personaje central será una periodista...?)